Cómo perdí 25 kilos

ALIMENTACIÓN Y SALUD Alfonso M. Arce para Abc
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Si alguien espera encontrar en este artículo la receta de una infusión secreta, un ‘método fullbody’ fantástico de resultados garantizados con siete minutos al día, o una dieta ‘superfit’ que además queda chachi cuando le haces fotos para subir a Instagram, mejor dejarlo aquí. Te voy a hacer perder el tiempo, aunque mucho menos del que vas a perder tú removiendo basura de ese tipo, así que igual debes dar una oportunidad a lo que te voy a contar. Para empezar yo pesaba 100 kilos hace quince años aproximadamente. Esto no quiere decir que se tarde ese tiempo en perder 25 kilos, pero también te puede dar una visión diferente a esas fotos de cambios físicos en tiempo récord, porque lo normal no es eso. Lo normal es, perdonadme la expresión, cagarla cada dos por tres, sobre todo porque al empezar a buscar soluciones el 90% del contenido que te vas a encontrar son patrañas que te quieren sacar dinero y nada más. Si te identificas en algo de lo que voy a contarte, ojalá encuentres pequeñas pistas que puedan ser de alguna ayuda.

100 kilos ¿Por qué he llegado aquí?

 

No hace falta ver una cifra concreta en la báscula para darte cuenta de que algo va mal, pero lo realmente alarmante es que a cualquiera le puede ocurrir, no es exclusivo de personas sedentarias que comen y cenan ultra procesados. Eso es solo una parte de la película. Para mí, como para una gran mayoría de personas, el deporte era una actividad lúdica – social que tenía más que ver con quedar con unos amigos para echar un partidito. Eso ocurre tras esos difíciles años entre los dieciséis y los veintitantos en los que, admitámoslo, el modelo de macho alfa a imitar es más Arnold Schwarzenegger que Fernando Sánchez Dragó, por lo que te apuntas a un gimnasio para ponerte delante de un espejo y besarte los bíceps cuando estás hinchado después de ocho agotadoras repeticiones pensando que cuando salgas a la calle eso está igual. Pero llega la entrada al mundo laboral y con ello un cambio de ritmo general, tanto tú como tu entorno ya dispone de menos tiempo libre y esos partidillos y/o planes más activos dan paso a quedar de vez en cuando a tomarse una cerveza al salir del trabajo. Ahora se dice ir a un ‘afterwork’ porque supongo que unas bravas en un ‘afterwork’ tienen las propiedades del brócoli, no sé, lo que sí sé es lo que ocurrió en mi caso.

Entré en un bucle lógico y normal del que nadie te advierte, es más te felicitan porque ahora eres un individuo productivo y muy trabajador por lo que muchos aspectos de tu vida pasan a ser secundarias en favor de tu desarrollo profesional, así que menos tiempo para el ejercicio físico y desde luego, menos atención a la manera de comer, porque con veinticinco años la comida rápida se tolera bien así que no te preocupa un menú big plus plus, sino que mola mazo porque además te lo mereces que estás trabajando duro. Tan duro que los días en los que malcomes son mayoría y empieza a darse una extraña paradoja, comes poco y mal y empiezas a engordar ¡y encima pasas hambre! Sí sí, porque tras un café rápido de desayuno, una pastita seca que habían puesto en una reunión y un menú rápido al mediodía que tampoco es que fuese un banquete, llegas a casa con un hambre brutal y encima es el único momento de paz que tienes en el día, así que nadie te quite ese instante de liberación del estrés de tu jornada.

El mercado laboral también suele implicar alguna renovación de vestuario. Fue muy triste dejar atrás mis camisetas de Megadeath para pasar a camisas y corbatas (antes eso ocurría, lo normal era la corbata, qué cosas), así que das un salto de tallas que ahora en el mundo digital lo denominaríamos como ‘orgánico’ o, para entendernos, que ocurre porque sí, sin forzarlo. Pronto te preocupas más por los problemas de trabajo que por la mala clasificación de tu equipo en la liga de fútbol. Y así pasan entre ocho y diez años. Un día al ver una foto de un viaje con amigos de la universidad el que ocupa tu sitio en la foto es otra persona, porque ese no puedes ser tú. Vale, aquí me gustaría detenerme porque nuestros procesos lógicos distorsionan la realidad. Se produce una añoranza de esos tiempos en los que tenías más ocio, más libertad aunque no tuvieses ni un puñetero Euro, pero ahora eres adulto y las cosas han cambiado, parte del cambio es haber ganado bastante peso. Es normal, bienvenido a la edad adulta, engordar es algo ‘natural’ y ‘previsible’. Hay que aceptarlo. En algún momento de esta etapa se produce un gran acontecimiento, que no es otro que el conseguir que cinco o seis colegas que antes eran como uña y carne y ahora lleven tres años comunicándose por email, queden para jugar un partidito de fútbol. Y ocurren dos cosas: vives por primera vez el que bromeen por las chichas que sobresalen de esa camiseta deportiva que antes te quedaba muy holgada y lo que al menos en mi caso fue mucho peor, sentir que estabas próximo a la muerte tras correr diez escasos metros al intentar llegar a un balón. Algo no va bien, hay que apuntarse al gimnasio.

Primer error. Ya lo voy a solucionar, me he apuntado a un gimnasio

Tras una dura tarea de selección del gimnasio en la que ha primado que la cuota sea baja y que tenga un montón de cintas y elípticas, con paneles de control sofisticados y una fila de teles enormes delante, llega la hora de hacer uso de dicho gimnasio. La primera semana se coge con entusiasmo y las agujetas son descomunales. Eso es genial porque crees firmemente que lo estás haciendo muy bien, lo celebras con doble ración de bravas en el afterwork porque además te las tomas contando a tus colegas lo que has sudado. En lugar de preguntarte si eres imbécil te jalean y te dicen que lo haces muy bien porque ahora necesitas comer ‘que ya lo quemas’. El entusiasmo de la primera semana se va apagando y más pronto que tarde ir a sudar sobre una máquina te va aburriendo y empiezas a fallar. No tardas en admitir que vas poco al gimnasio y que en el fondo esa cuota baratísima es muy cara porque para darle uso un día o dos, realmente es una fortuna. Pese a haberte apuntado a un gimnasio e ir de vez en cuando, dos años después has engordado bastante, no un poco, bastante. En mi caso la báscula era algo de gente con problemas o de personas preocupadas por la estética, pero llegó un día en el que un ascensor repleto me obligó a subir por las escaleras y tras dos pisos sentí una respiración tan agitada que no me pareció ni medio normal. En ese punto algo hizo clic en mi cabeza y fue capaz de relacionar todo: la camiseta que ya no me entraba, las fotos de la universidad con otro tío que parezco yo pero casi ni me reconozco, el comentario jocoso que de vez en cuando escuchas sobre tus redondeces, la falta evidente de forma física. Y la comprobación objetiva de todo aquello fue subirme a una báscula: 100 kilos. Me dije ‘hasta aquí’, pero no sabía lo que se me venía encima.

Primer tramo: de los cien a los noventa

Hay una buena noticia, los primeros cinco kilos se pierden como si nada. La única receta fue la de ser más constante en mi cita con el gimnasio y cortarme un poco en comidas y celebraciones. El peligro escondido tras esta realidad es deducir que esta pérdida va a ser constante y te relajas un poco. Llega el primer bache cuando de los noventa y cinco a los noventa, aun siendo una pérdida relativamente rápida, me llevó tres o cuatro veces más tiempo que los primeros cinco kilos y empezaron los problemas. Vamos a verlo.

 Segundo reto: bajar de los noventa… Y nuevos errores

Hay algo que no he comentado pero es importante. Las oscilaciones de nuestro peso, si las vamos anotando, tienen un perfil de diente de sierra es decir el peso baja pero otros días sube, lo importante es que la línea sea descendente en el tiempo. Con esto quiero decir que cuando llegué a noventa kilos, un día podía aparecer un noventa y uno o un noventa y dos en báscula que rápidamente volvía a los noventa, pero igual que sí podía subir caprichosamente nunca aparecía un ochenta y nueve. Este tipo de estancamientos son los que ocasionan algunos abandonos, pero os aseguro que vivir con diez kilos menos se agradece y encontrarte con personas que ya perciben un claro cambio en tu físico anima. Es hora de apretar el acelerador ¿cómo? Haces un cocktail de chorradas ajenas, construyes tu estupidez individual y deduces que esto funcionará: intenté duplicar el tiempo en el gimnasio, sobre todo encima de máquinas de cardio, hay que sudar. Intenté no cenar, dicen que la cena es horrible porque por la noche se engorda, así que mejor si no ceno directamente y desayuno todo lo que sea capaz porque es la comida más importante del día. Como no sudaba lo suficiente (porque nunca es suficiente) un día que me pilló especialmente atolondrado veo una ‘faja abdominal reductora’ con la que pienso que todo irá mejor, la compro, la uso un día y al armario. La guardo para obligarme a mirarla de vez en cuando para recodarme lo gilipollas que uno puede llegar a ser. Empiezo a leer artículos sobre pérdida de peso, que si esto, que si lo otro ¡Hay suplementos quema grasas! ¡Hay súper alimentos! Pero oye, nada cambia al añadir quinoa al yogur y me corté con la L-Carnitina, porque incluso en mi momento menos lúcido sentía que quemar grasas con unas gotitas de algo o no era del todo cierto o era malo.

 Una clase de body pump
Lo realmente perverso de esta situación es que haciendo casi todo mal, llega un día y aparecen los 88 kilos en báscula. Yeeehaaaa. No lo celebré con un roscón porque pensaba que volvería a los noventa y eso había pasado a ser una de las cosas que más terror me podía dar en la vida. Ochenta y ocho, me sentía campeón del mundo y mi ‘incuestionable’ estado de forma me lleva a atreverme a dar otro paso más, una clase colectiva de body pump, algo que me parecía más retador que el ciclo. Recordemos que en mi lío mental el ciclo sí estaba incluido porque ‘ciclo es cardio y ahora necesito mucho cardio’. Curiosamente y pese a haber perdido doce kilos y sentirme ligero (claro) entro en una de esas clases y vuelvo a vivir una experiencia al borde de la muerte. No podía suponer que una barrita de plástico con un par de discos me iba a abrasar de esa manera. Por aquel entonces mi pensamiento era primitivo del tipo ‘troglodita total’ así que si yo era un tiarrón fit yo tenía que poder con más kilos que las compañeras femeninas de clase. Imposible oye. Algo estaba ocurriendo, especialmente cuando me fijaba en dos señoras con edades muy superiores a la media de la clase que se ponían en primera fila con rollo pandillero, ya sabes, ‘este es mi sitio y que no se te ocurra quitármelo’. Ambas tenían un físico espectacular. Lo primero que uno piensa es que eso que ves es fruto de la genética, el bisturí o vete a saber, igual sí que toman L-Carnitina y es la clave. Pero no, una de las claves estaba delante de mis narices porque esas dos señoras llevaban la barrita bien cargada de discos, algo inexplicable si atiendes a las leyendas urbanas que afirman rotundamente que una mujer si hace pesas se pone horrible. Que lío. Pero todo da igual porque aparecieron los 87 en báscula, eso sí, con la lengua fuera y llegando a un nivel de horas en el gimnasio que tenía claro que no era posible aumentar y sintiendo que ya comía muy bien porque todo hay que decirlo, comparado a un tiempo atrás las mejoras eran claras. Pero francamente ya no sabía cómo avanzar.

¿Cómo bajé de los 87? Mi primer y mejor acierto

Realmente aquí llega el antes y el después. Aquí está la clave que me hubiese ahorrado mucho tiempo y los pasos en falso anteriores. Decidí que había que añadir criterio a lo que hacía, que tenía que ponerme en manos de un profesional. Vale pero quién, porque yo veía a muchos entrenadores personales que tampoco se puede decir que mostraban mucho interés por sus clientes cuando de pronto me acordé de algo ¿Recuerdas las dos señoras de las que hablaba anteriormente? Pues ambas compartían un mismo entrenador personal, entrenador que también impartía muchas clases colectivas siempre repletas. Lo primero fue ir a ver qué me transmitía y, pese a que la clase era la misma ya que seguimos hablando de las clásicas actividades colectivas de los gimnasios normales y corrientes, la energía e intensidad que se respiraba eran bien distintas. Pensé que él debía ser la persona en la que confiar y lo debían pensar unos cuantos más porque tuve que esperar a tener hueco en su parrilla de entrenamientos personales. A él le debo casi todo porque fue el punto de inflexión, no es el entrenador con el que más tiempo he estado ni con el que más he aprendido, pero fue el que me orientó en la dirección correcta así que le debo una mención: ‘gracias Pepón’ (Jose Carlos García Anastasio, ahora head coach de CrossFit Shizoku). Empecé un par de sesiones a la semana en las que entrenaba con él y me daba una planificación para otros dos o tres días. Nunca había cinta o elíptica y claro yo ‘necesitaba eso’ así que le pregunté directamente ‘Jose ¿pero cuándo hago cardio?’ Creo que me miró entre sorprendido e indignado y me contestó algo muy pero que muy simple que he incorporado a mi mochila personal de respuestas hechas ante preguntas simples como la que yo hice: ‘no necesito más que una mancuerna para matarte a cardio’.

Además de la parte de entrenamiento, fue la primera vez que recibí unas pautas nutricionales. Descubrí una nueva definición de la intensidad y cuando entraba en las clases colectivas ya no me arrastraba, podía sentir objetivamente mis mejoras de fuerza y resistencia. En dos meses, tras el estancamiento total del que venía, bajé de 87 a 84 kilos y empecé a disfrutar en el proceso, porque mis progresos empezaban a estar más enfocados en mi rendimiento físico que en la puñetera báscula.

Siguiente capítulo: 84 kilos y entra el CrossFit en mi vida

Al poco tiempo de empezar con Pepón, llega otro guantazo de realidad. Me dice un día charlando en medio del gimnasio ‘a ti esto no te gusta, tienes que probar CrossFit’. Lo cierto es que sin haber caído en ello, ahora miraba alrededor y veía una mayoría de personas perdiendo el tiempo de la misma manera que yo lo había hecho. Horas y horas en cintas, elípticas y bicis, circuitos por las diferentes máquinas haciendo tres o cuatro series de ocho repeticiones de un poco de todo, un popurrí ‘para tonificar’. Ciertamente todo aquello estaba perdiendo sentido para mí y como la confianza en mi entrenador era total, pues seguí su recomendación no sin antes bucear un poco en la red para ver dónde probaba. CrossFit Singular Box me pareció un lugar con garantías, aun así pregunté a Pepón que me contestó sin dudar un ‘muy bueno’ y allí que fui.

De los 84 a los 79 kilos.

Cuando te sientes como un toro porque en un lugar concreto eres del grupo experimentado, viene bien darse un baño de realidad y ver que tienes mucho margen de mejora. Mi aterrizaje en CrossFit sobre todo supuso un cambio de estructura mental en lo que significa el peso y la importancia de la técnica a la hora de moverlo de manera eficiente. Utilizar determinadas mancuernas o un peso en barra no es principalmente una cuestión de físico, sino de física. Empezar a poner foco en la técnica, los grandes movimientos funcionales básicos y poco a poco aumentar la intensidad supuso una mejora global que solo os puedo recomendar que la viváis en primera persona. A partir de aquí las cosas fluyen de una manera más natural, te vuelves más adicto a las sensaciones del ejercicio y ya no fallas a tu sesión de caña diaria, de nuevo las progresiones son rápidas y en poco tiempo te ves moviendo unos pesos que nunca considerabas que sería posible. A nivel estético, de lo que no he hablado en ningún momento, se empiezan a ver cambios evidentes en el cuerpo. Y por primera vez sentí que la manera en la que me estaba alimentando no era adecuada para la actividad física que tenía.

 CrossFit Singular Box, mi templo de salud desde hace años.
79 kilos ¿Ahora qué hago?

Igual que considero que tardé demasiado en contratar a un entrenador personal, también tardé demasiado en contratar a un nutricionista. En mi caso fue el del propio box donde entreno ya que yo quería alguien que supiese poner en perspectiva el tipo de actividad física que realizaba. Una nueva sorpresa, en ningún momento pasé hambre e incluso había comidas muy copiosas, pero entendí qué significa eso de ‘comer limpio’. Sentir que una buena alimentación repercute directamente en tu rendimiento es espectacular. Se encienden más luces y entiendes la conexión real entre alimentación – entrenamiento – descanso – mejoras. Y al entenderlo también te indigna la cantidad de mentiras, cuentos y auténticas estafas que circulan por internet en torno a la salud. Ponerse en forma es muy simple si atendemos a qué principios debemos aplicar, pero muy complejo en cuanto a la cantidad de fuerza de voluntad que requiere.

Os he hablado de cómo perdí 25 kilos, aunque realmente llegué a perder 28. La cuestión es que con setenta y dos kilos de peso, ya noté que afectaba a mi fuerza máxima y a mis niveles de cansancio por lo que más o menos sé que ‘mi peso’ ronda los 75 kilos, pero estamos centrando la historia en el peso y ese es otro de los grandes errores que he aprendido. La báscula debe ser un indicador más de lo que está ocurriendo en tu cuerpo, las sensaciones tan positivas que se tienen al verte más ágil, más rápido, más fuerte, con mayor energía y vitalidad son las mejoras que realmente deben preocuparte. Ir a un reconocimiento médico y que pasen de decirte que tu situación es preocupante a que todo está perfecto es otro hecho objetivo. Descubrirás que hay más personas como tú, gente normal, con sus trabajos, su familia y que la única diferencia es que ponen por delante su hora de ejercicio físico a la hora del afterwork o a la hora delante de un reality infecto. Toda esta experiencia personal os la resumiría en estas recomendaciones.

¿Quieres resultados? 

Todo este rollo para llegar hasta aquí. Lo podía haber puesto al principio, pero sin la historia completa creo que no tiene la misma credibilidad. Quizás no puedas cumplir todos estos puntos, pero cuantos más mejor:

Ponte en manos de un profesional. Fundamental, aunque lo veas como un lujo económico ahora mismo no puedes llegar a imaginar la cantidad de tiempo y dinero que estás ahorrando. Contrata un entrenador personal y un nutricionista, si aúna las dos cosas, mejor todavía.
Haz pesos muertos
Haz sentadillas
Haz dominadas
Haz fondos
Haz presses de hombro
Los ejercicios abdominales aislados son complementarios, no hace falta hacerlos a diario. Cualquier ejercicio de fuerza realizado con la técnica correcta trabaja tu abdomen.
Prioriza intensidad a duración. Mejor media hora intensa que dos horas de mamoneo.
Dormir lo suficiente es tan importante como todo lo demás. La falta de descanso afecta a tu rendimiento. 
Si quieres ‘cardio’ sal a correr o montar en bici en la naturaleza y olvídate de las máquinas a ver si entre todos conseguimos que en los gimnasios no haya tanto espacio destinado a perder el tiempo.
Estoy seguro de que hay otros casos diferentes a este que os he compartido, pero es el mío y es real. Deja de tener miedo a las barras olímpicas, las kettlebells y las mancuernas ‘gordas’. Dale caña y que la fuerza te acompañe.

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