Coronavirus: la ansiedad invade a los jóvenes y la brecha digital replica las desigualdades sociales

Hay una larga lista de desafíos para proteger a la infancia y a la adolescencia de las consecuencias de esta pandemia.

TECNOLOGÍA Carola LEVI
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¿Qué pasará con los chicos que nunca regresaron a la escuela? ¿Cuántos podrían morir por enfermedades prevenibles por no alimentarse bien? ¿Cómo afecta el encierro a la salud mental de los más pequeños? ¿Cómo sobrevivirán las familias más vulnerables a la falta de ingresos? Estas son algunas de las muchas preguntas que sobrevuelan sobre la situación de la infancia y que se plantea la sociedad, en general, y las organizaciones internacionales, en particular, desde que comenzó la pandemia.

Desde la irrupción del COVID-19, a los chicos y adolescentes del mundo se los calificó como las víctimas “ocultas, invisibles” de esta crisis sanitaria. Si bien el virus SARS-CoV-2 resultó, hasta la fecha, una enfermedad con poca incidencia de contagiados y mortalidad entre los más pequeños, son ya muchos los efectos colaterales que empezaron a mostrar cuáles son las consecuencias que sufrirá la infancia.

En el último mes, algunas voces y varios informes alertan de que la malnutrición infantil, la falta de ingresos, las enfermedades de salud mental y las desigualdades en educación y género son desafíos fundamentales que hay que afrontar para no condenar a las generaciones futuras.

Educación para todos, sin brecha digital
A principios de marzo, el mundo cerró sus escuelas y alrededor de mil millones de estudiantes y jóvenes de todo el planeta se vieron afectados por el brote del COVID-19, según cifras de la Unesco. Ya en agosto, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advertía la “catástrofe generacional” que supondría no reabrir inmediatamente los colegios.

Hoy, seis meses después, al menos 53 países permanecen con sus centros educativos cerrados, y muchos otros dieron por finalizado su año académico. "Incluso antes de la pandemia, millones de nenes y jóvenes se estaban perdiendo oportunidades de educación y formación de calidad porque no tenían acceso a Internet. Ahora, el coronavirus empeoró la situación”, sostuvo la directora ejecutiva de Unicef, Henrietta Fore, en una charla en la que participaron mandatarios de todo el mundo, bajo el auspicio de Naciones Unidas.

“Tenemos una oportunidad única para cerrar la brecha digital y hacer que el acceso a Internet sea una realidad para todos los chicos y jóvenes, y en todas las escuelas y comunidades”, añadía Fore.

Un informe reciente de Unicef destacaba que al menos uno de cada tres escolares en todo el mundo no podía acceder al aprendizaje a distancia después del cierre de colegios, lo que puso de manifiesto la falta de acceso a la tecnología digital.

Puntualmente, en África, Unicef estima que al menos la mitad de los nenes en edad escolar de la región subsahariana no tienen acceso a Internet. “Invertir recursos en el aprendizaje y la formación digital de los jóvenes es esencial para construir la cohesión social y reducir las desigualdades insostenibles que bloquean el desarrollo humano y el crecimiento económico”, sostuvo el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.

Pero la digital no es la única brecha que el COVID-19 destapó en el mundo educativo. La otra barrera importante y que preocupa a las organizaciones es la de género. La Unesco teme que alrededor de 10 millones de nenas en edad de asistir a la secundaria podrían no volver a la escuela tras la pandemia, lo que supondría un aumento de matrimonios infantiles y explotación laboral, entre otras consecuencias.

“Las chicas de niveles socioeconómicos más bajos corren mayor riesgo de no volver a estudiar. En estas familias, muchas de las cuales subsistían en la economía informal, los ingresos se redujeron o desaparecido por completo, por lo que no pueden afrontar los costos de la educación o dejan a sus hijas a cargo de la casa y la familia, haciendo las tareas domésticas mientras los demás van a trabajar. Esto supondría un retroceso de unos 20 años en los avances hacia la igualdad de género”, explica Julia López, directora de comunicación e incidencia política de Plan International en España.

La ONG lanzó la campaña #GirlsInCrisis (Chicas en Crisis) con la que planea beneficiar a 20 millones de personas, especialmente nenas y adolescentes, de 52 países y así garantizar el acceso a la educación de forma segura e inclusiva, la protección de la infancia frente a la violencia y la promoción de la inserción laboral de las jóvenes.

A principios de septiembre también se lanzó “Reforzar la igualdad: Guía para el regreso de las chicas a la escuela”, una iniciativa de Fonds Malala, Plan International, Unesco, Ungei y Unicef, para ayudar a los responsables de los Ministerios de Educación a abordar las dimensiones de género de los cierres de escuelas relacionados con el coronavirus.

En ella hay información que enfatiza un enfoque basado en “reforzar la igualdad”, a través de medidas con perspectiva de género que transformen los sistemas educativos, den prioridad a la resiliencia, y aborden los principales obstáculos y limitaciones para la educación de las nenas, según explican los socios del Grupo de Referencia de Género de la Coalición Mundial para la Educación de la Unesco.

Casi 20 millones de personas más sufren hambre aguda en el mundo, según anunciaba la Red Mundial Contra las Crisis Alimentarias en la asamblea anual de la ONU. Y los chicos y jóvenes forman parte de uno de los grupos más afectados.

“El COVID-19 es una palanca de empuje para la mortalidad infantil”, sostiene David del Campo, director de acción humanitaria y cooperación internacional de Save The Children. La organización humanitaria advirtió de que 67.000 chicos y chicas corren el riesgo de morir de hambre en África subsahariana antes de que acabe el año por el grave impacto de la crisis de la pandemia.

Estas cifras que provienen de un nuevo análisis que la ONG realizó con datos publicados en la revista académica The Lancet, revelan que aproximadamente 426 nenes y nenas pueden fallecer cada día si no se toman medidas urgentes.

“Save The Children” recuerda que en el primer trimestre de 2020 diferentes estudios estimaron que el coronavirus aumentaría la pobreza en África subsahariana un 23 por ciento y alerta de que los informes más recientes ya señalan que para el 2030 puede haber 433 millones de personas sufriendo desnutrición en el continente.

“La vida fue dura para mí y mi familia, pero trabajé y sobrevivimos. El coronavirus empeoró la situación porque hay poco trabajo y muy espaciado. Solo comíamos una vez al día, por la mañana. Vi a mis hijos irse a dormir con hambre”, explica Ubah, madre de seis hijos en Puntland, Somalia, a Save The Children, que le provee asistencia alimentaria.

Antes de la pandemia, África subsahariana era una de las regiones del mundo con mayor inseguridad alimentaria y se teme que, si continúan las tendencias actuales, sea el hogar de más de la mitad de las personas que padecen hambre crónica del mundo.

“Cada día llegan más chicos y chicas a nuestras clínicas con síntomas de desnutrición y esto es solo el principio. Si esperamos hasta que las clínicas estén llenas, será demasiado tarde. La crisis alimentaria podría matar a decenas de miles de chicos y chicas si no reciben asistencia humanitaria de inmediato”, explica Ian Vale, director regional de Save The Children en África Oriental y Meridional.

Otra de las consecuencias que afectan directamente a la infancia y que se agudizó por la pandemia es la malnutrición infantil. En Brasil, el tercer país con más contagiados del mundo, el 49 por ciento de los brasileños informó sobre cambios en los hábitos alimentarios, con un aumento considerable del consumo de comida basura, desde que empezó la pandemia. Entre las familias que viven con chicos y adolescentes, el impacto fue aún más grande: un 58 por ciento dijo haber cambiado su dieta, según datos de una investigación realizada por Unicef.

“Nos enfrentamos a un preocupante escenario de malnutrición. Por un lado, vimos un incremento en el consumo de alimentos no saludables, lo que contribuye significativamente al aumento del sobrepeso y las enfermedades crónicas no transmisibles.

Por el otro, vemos el aumento de la inseguridad alimentaria y nutricional que puede llevar a la desnutrición y a las deficiencias de micronutrientes. Esta situación afecta principalmente a las poblaciones más vulnerables y tiene efectos a largo plazo. Es esencial actuar inmediatamente para invertir este escenario”, asegura Cristina Albuquerque, jefa de salud de Unicef en Brasil.

Ansiedad e incertidumbre ante el futuro
El maltrato infantil durante la cuarentena, la depresión, los abusos y el estrés por el encierro, además de la incertidumbre por el futuro, son algunas de las grandes preocupaciones en relación con los más pequeños. Nueve de cada diez nenas en todo el mundo confiesan tener un nivel alto o medio de ansiedad como consecuencia de la pandemia, según el nuevo estudio de la ONG Plan International. Los temores más frecuentes entre las encuestadas, que recoge experiencias de más de 7.000 adolescentes de entre 15 y 19 años de 14 países, son el bienestar de sus familias, que preocupa a un 40 por ciento, así como su propia salud, una cuestión que inquieta a un 33 por ciento.

La investigación, que se llevó a cabo en los Estados Unidos, Brasil, Ecuador, Nicaragua, España, Francia, India, Australia, Vietnam, Zambia, Etiopía, Ghana, Egipto y Mozambique, refleja que existe una correlación entre el grado de ansiedad y su nivel socioeconómico: cuanto más bajo es, mayores son los niveles de estrés de las jóvenes. “Este estudio sirve como una llamada de atención para que los gobiernos incluyan un enfoque de género y edad en sus respuestas a la pandemia. Para las chicas y adolescentes, especialmente para las más vulnerables, esta crisis supuso un aumento de la desigualdad y de los riesgos a los que se enfrentaban”, explica Concha López, directora general de Plan International.

El informe evidencia los desafíos y las preocupaciones que tienen las chicas y adolescentes debido a la pandemia en los distintos ámbitos de sus vidas, desde su educación hasta su capacidad para independizarse y socializar. Todas ellas, alarmas a tener en cuenta para el futuro de las nuevas generaciones.

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