El cambio climático y su efecto en la propagación de enfermedades y pandemias

Los hielos polares se derriten más rápido, crece el nivel del mar, las lluvias en zonas templadas son más frecuentes y aumentan las olas de calor. Cómo todo esto se relaciona con el COVID-19.

NOTICIAS DE INTERÉS Redacción Redacción
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La pandemia de COVID-19 es la primera crisis global que nos impide dormir, pero no será la última. Desde hace varias décadas, miles de científicos reunidos en el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU nos alertan sobre los efectos sanitarios del aumento global de temperatura en el planeta.

A medida que el promedio mundial del termómetro aumenta, los hielos polares se derriten más rápido, crece el nivel del mar, las lluvias extraordinarias en zonas templadas son más frecuentes y aumentan las olas de calor.

La urbanización en un mundo globalizado sumado al transporte favorece la propagación de enfermedades como el COVID-19, que a su vez, se incrementa por efecto del cambio climático y la destrucción de la biodiversidad.

La aparición vertiginosa de enfermedades emergentes se da en el contexto de nuevos ecosistemas que la presencia humana invade, con el riesgo de enfrentarnos al contagio de enfermedades de origen animal o de virus y de bacterias. El cambio climático permite que éstos se trasladen a otras regiones no esperadas donde la temperatura es propicia para su desarrollo.

Con estos impactos que hacen nuestro clima cada vez más tropical, se expanden los vectores de enfermedades infecto contagiosas como el dengue, la malaria y la leishmaniasis, entre otras.

Desde hace algunas décadas, para el caso del dengue, la modificación del clima templado hace que el mosquito abunde incluso en los jardines de nuestros hospitales. En los últimos 11 meses, la Argentina tiene más de 20 mil personas infectadas y actualmente se registra un brote, con 6500 contagios en los últimos 10 días, en más de 400 poblaciones del país.

Pero no solo eso, ahora nos enfrentamos también al nuevo coronavirus, beneficiado por la alteración de hábitats naturales, el comercio ilegal de especies, los mercados de animales, la pérdida de biodiversidad y la modificación del clima, que hace que los virus ”viajen” para encontrar otros huéspedes, como los seres humanos.

Sin vacuna ni tratamiento específico disponible, el control efectivo de estas pandemias nos enfrenta a un dilema. ¿En qué medida debemos admitir restricciones a libertades individuales básicas como el libre movimiento de las personas claramente establecidas en nuestra Constitución Nacional?

El dengue es objeto, frecuentemente, de campañas estatales de concientización, pero el Estado no ingresa en nuestros jardines o balcones para controlar si eliminamos cacharros, ni nos penaliza por no hacerlo.

El caso del COVID-19 es muy distinto: no se nos permite salir de nuestras casas sin autorización. ¿Acaso la diferencia que hace el Estado se debe a la contagiosidad, al número de muertos? ¿Hay un nivel de muertes determinado que admita la instalación de un sistema estatal en el que se pierden derechos humanos básicos? ¿Cómo evolucionará el derecho individual y colectivo ante la crisis climática, que tendrá impactos cada vez mayores en los años venideros?

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