Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) son la principal causa de muerte en el mundo. De hecho, representan el 60% de todas las muertes a nivel global. La buena noticia es que, a pesar de representar el grupo de patologías más frecuentes y las que implican mayores costos directos e indirectos, son prevenibles.
La obesidad es una enfermedad crónica, incluida en la Codificación Internacional de Enfermedades (ICD-10-PCS International Classification of Diseases 10th Revision Procedure Classification System). Sin embargo, en el pensamiento colectivo aún se relaciona a la obesidad con “la falta de voluntad” de una persona por deshacerse del exceso de peso.
Así, “la obesidad es además de una enfermedad crónica que aumenta la probabilidad de desarrollar más de 200 enfermedades y disminuye la expectativa de vida, una condición muchas veces culpógena, que afecta la calidad de vida”, según comenzó a analizar para Infobae la médica especialista en Medicina Interna y Nutrición Marianela Aguirre Ackermann (MN 151.867), integrante del Grupo de Obesidad de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) y del Comité de Obesidad de la Sociedad Argentina de Diabetes (SAD).
En este contexto, un reciente estudio publicado en The Lancet dio cuenta de que, a nivel global, la obesidad ya es la forma más común de malnutrición en la mayoría de los países. Tanto, que frente al descenso de los casos de desnutrición, el aumento del sobrepeso y la obesidad la reemplazaron en prevalencia y da cuenta de la imposibilidad de resolver los problemas alimentarios en el mundo.
Ana Cappelletti (MN 76523) es médica integrante de los grupos de trabajo de Obesidad y de Cirugía Bariátrica de la SAN y directora de posgrados en la Universidad Favaloro y consultada al respecto por este medio explicó que “la malnutrición puede ser por carencia o por exceso de peso”. Y tras asegurar que “en el primer caso, se habla de desnutrición, que se produce cuando no se cubren los requerimientos calóricos y de macro y micronutrientes (los macronutrientes son las proteínas, los hidratos de carbono y las grasas, y los micronutrientes las vitaminas y los minerales)” destacó que “la malnutrición por exceso produce sobrepeso u obesidad, que tienen una prevalencia mucho mayor que la desnutrición a nivel global, con excepción de algunos países de África”.
“También cabe mencionar el concepto de ‘malnutrición oculta’, que es el déficit de micronutrientes que sufren las personas con obesidad”, sumó.
En este punto, la médica especialista en Nutrición, directora del Centro Dra Katz y de la diplomatura de Obesidad en Universidad Favaloro y miembro de la Comisión Directiva de la SAN, Mónica Katz (MN 60164) consideró que “la obesidad es la forma más frecuente de malnutrición hace tiempo”.
“Desde 2018, los informes internacionales ya hablaban de 850 millones de desnutridos en el mundo, 2.000 millones casos de hambre oculta, es decir con personas con peso bueno o malo pero con carencia de micronutrientes y cerca de dos mil millones de personas con sobrepeso, esto incluye sobrepeso y obesidad”, precisó la experta y autora de Somos lo que comemos, quien añadió: “Lo que publica The Lancet viene a corroborar lo que ya se estaba viendo, y es que el modelo y el paradigma de expertos, industria y gobiernos está totalmente focalizado en ‘alimentos para todos’ cuando en realidad el problema es de acceso a alimentos saludables. Y como no se tiene ese enfoque para nada, siguen aumentando las enfermedades crónicas relacionadas con la mala calidad dietaria, pero por sobre todo la obesidad”.
Siete datos que explican este fenómeno
En opinión de Aguirre Ackermann, “la obesidad es la forma más frecuente de malnutrición porque la mayoría de las personas que la padecen carecen de nutrientes esenciales como vitaminas y minerales”.
Y tras señalar que “las personas con obesidad cubren y pueden consumir en exceso sus necesidades de calorías, pero muchas veces no cubren sus necesidades de nutrientes esenciales”, enumeró los datos que así lo avalan.
Si bien un balance positivo de energía es la base fisiopatológica de la obesidad, en la mayoría de los casos, la calidad de los alimentos ingeridos es pobre.
La absorción, distribución, metabolismo y/o excreción de determinados nutrientes podrían estar alterados en la obesidad, tanto como en su biodisponibilidad. El ejemplo más frecuentemente encontrado es el déficit de vitamina D. La insuficiencia de vitamina D llega hasta el 90% de las personas con obesidad severa.
Las “dietas populares”, que utilizan muchos pacientes para perder peso, son carentes en micronutrientes.
La población general consume alta proporción de alimentos de baja densidad nutricional: el 30% de la ingesta calórica diaria en EEUU está compuesta por comida de baja densidad nutricional, como dulces y snacks. Mientras que en Argentina, sólo el 6% de la población adulta cumple con la recomendación de consumo de cinco porciones de frutas /verduras al día.
Las dietas hipergrasas se asocian a disminución de ingesta de vitaminas A, C y ácido fólico.
El aumento en el consumo de bebidas azucaradas se asocia a menor ingesta de leche.
Hoy son más caras las verduras y las frutas que la comida “chatarra” y los snacks, que poseen muy bajo contenido de micronutrientes.
¿Por qué el sobrepeso y la obesidad no dejan de aumentar en el mundo?
Más allá de todo lo dicho, para Katz “hay un problema que es casi una transición antropométrica de la especie”. “Cuando una especie tiene tal porcentaje de gente con sobrepeso, quizá ese rasgo sea difícil de revertir y eso es lo preocupante, no en personas, sino como raza animal”.
Luego, observó que “los dos grandes problemas por los que la obesidad no deja de crecer es una combinación de mala calidad de alimento en grandes porciones, sumado a un progreso que pone barreras al movimiento”. “Hoy la gente ve más fútbol en plataformas de lo que lo juega. Hoy la gente ve más movimiento del que practica, por miles barreras que hay: económicas, de tiempo, laborales, por hábitos no adquiridos, etc”.
A esto, Cappelletti sumó que “la obesidad es una enfermedad multicausal. Si bien se definen como causas principales la mala alimentación, el sedentarismo y los factores genéticos el problema es mucho más complejo”. En su mirada, “además de estos factores individuales se deberían sumar el estrés, la deuda de sueño, factores ambientales y hasta tecnológicos”.
Y tras sostener que “en las últimas décadas se facilitó el acceso a la llamada ‘comida chatarra’, y con los avances en la urbanización y los medios de transporte disminuyó el gasto energético de las personas”, agregó: “Otros disparadores del sobrepeso son el consumo de fármacos que aumentan el peso y el cese del tabaquismo a partir de la exitosa y necesaria campaña antitabaco, no debidamente acoplada a campañas antiobesidad”.
Asimismo, señaló que “los tratamientos inadecuados, como las dietas extremas insostenibles en el tiempo, o los objetivos inalcanzables que llevan a la frustración resultan en más obesidad”.
“Recordemos que la obesidad no se trata únicamente de comer más y moverse menos -sumó Aguirre Ackermann-. Hoy la evidencia sugiere que el nivel de adiposidad corporal está regulado por un conjunto de mecanismos mucho más complejos: se sabe que el espectro completo del peso corporal (y el equilibrio energético de una persona, que conduce a la obesidad), está moderado por un enorme conjunto de interacciones complejas: ambientales, de estilo de vida y predisposiciones individuales que incluyen mecanismos genéticos, epigenéticos y hormonales”.
Y consultada sobre cómo se pasó en algunos países de una alimentación insuficiente a un exceso de peso de la población, la especialista señaló: “En el pasado, las ECNT eran típicas de países desarrollados con elevados niveles de ingresos per cápita. Sin embargo, el patrón actual ha cambiado, y el mayor problema en todo el mundo es la coexistencia de malnutrición y obesidad, salvo en pocos países del mundo como algunos de África, en los cuales el exceso de peso posee una menor prevalencia”.
Para ella, “la ‘transición nutricional’ es un fenómeno donde las mejoras en la economía y la tecnología llevan a un aumento en la disponibilidad de alimentos procesados y altos en calorías. A medida que un país se desarrolla, el aumento de los ingresos permiten a más personas acceder a una mayor cantidad de alimentos, pero no siempre a opciones saludables. Además, el desarrollo tecnológico ha facilitado estilos de vida más sedentarios, contribuyendo así al aumento de peso en la población”.
Por otro lado, “la mecanización del trabajo y del transporte redujo el gasto energético y, por tanto, contribuyó al aumento de peso entre los adultos”, observó.
¿Qué debería hacerse para revertir esta tendencia?
Sobre el final, Katz insistió en que “una de las claves es cambiar el paradigma de ‘alimentos para todos’ ya que ese no es el problema en la actualidad, sino que se debe procurar alimentos de calidad para todos y ese es un desafío que no comenzó”. “El intento de los octógonos en Argentina es pésimo -opinó-. Es decir, hacía falta información, pero lo que se adoptó, por ejemplo, solamente obliga al etiquetado de los productos envasados y en el país se consume pizza, delivery, helado, panificados y productos de panadería, etc que no vienen envasados con lo cual se está dando el mensaje de que sólo envasado tiene sodio, azúcar, grasa, calorías y grasas saturadas”.
A su turno, Aguirre Ackermann sumó: “A nivel de políticas sanitarias sería importante promover la educación nutricional. Implementar programas en las escuelas y comunidades que enseñen la importancia de hábitos saludables”.
Sin embargo, reconoció que “educación” aislada no es sinónimo de cambio. Para que el cambio sea real, en su opinión, las estrategias deberán incluir también:
Regulación de la publicidad de alimentos no saludables especialmente la dirigida a los chicos,
Legislación para facilitar el acceso a alimentos saludables, por ejemplo subsidiar frutas, verduras y otros alimentos saludables para hacerlos más accesibles a toda la población;
Legislación para crear espacios para la actividad física: parques, ciclovías y espacios públicos que inviten a la actividad física.
En la misma línea, Katz propuso “quitar los impuestos innecesarios sobre el agua embotellada, que tributa cargas que la vuelven menos accesible”.
“Muchas veces se invierte más presupuesto en diagnóstico de las situaciones sanitarias que en acciones concretas de prevención de obesidad o de abordaje sanitario de obesidad en adultos y chicos”, argumentó Aguirre Ackermann, y concluyó: “Por supuesto que es muy importante revertir la tendencia de ganancias de peso a nivel global, pero también es importante comprender que las personas que tienen la enfermedad también deben mejorar su acceso a los tratamientos disponibles en la actualidad, que son efectivos y seguros y cuentan con evidencia científica. Falta mucho a nivel social para que la gente que tiene obesidad sea consciente de que tiene una enfermedad y las personas que no la tienen comprendan que se trata de una patología y no de falta de voluntad”.
“Es necesario el compromiso multisectorial para crear un ambiente facilitador de mejores decisiones alimentarias y una vida activa”, remató Cappelletti.
Fuente: Infobae