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El tipo de ganas de comer que no nace de la necesidad real de alimentarse: cómo detectarlo
ALIMENTACIÓN Y SALUD Cristina Mercado
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El hambre algunas veces no se corresponde con la necesidad real de alimentarse y existen señales para distinguir cuándo se trata de hambre físico o emocional. Aunque sentir hambre emocional no es necesariamente malo, puede convertirse en un mecanismo de afrontamiento poco saludable, por lo cual conviene aprender a controlar estos episodios y la manera de hacerlo es revisando y modificando algunos hábitos.
El hambre emocional, de acuerdo con una publicación de la revista Appetite, consiste en la necesidad de comer como respuesta a nuestras emociones, en lugar de una demanda real de combustible para el cuerpo, según explicó la psicóloga española Sofía Gimbert. Además, dijo que cuando sufrimos estrés, ansiedad, tristeza o, incluso, aburrimiento, es posible hallar en la comida una forma de consuelo o distracción.

La especialista señaló que es importante tener en cuenta que el comer emocional no es algo malo en sí mismo. Todos experimentamos emociones y, en ocasiones, buscar alivio y gratificación en la comida es reconfortante, pero es crucial aprender a diferenciar entre el hambre originado por las emociones y el hambre fisiológico, ya que solo así atenderemos las necesidades de manera saludable en cada situación.
Diferencias entre hambre emocional y fisiológico
Precisar las diferencias entre el hambre que deriva de las emociones y el que en verdad corresponde a una necesidad fisiológica puede ser un desafío. No obstante, existen algunas señales que ayudan a clarificarlos:
Origen repentino. Si nace de las emociones, el hambre suele aparecer de repente, no hay una sensación gradual de vacío en el estómago. Por otro lado, el hambre físico se desarrolla de modo progresivo y está relacionado con el combustible que el cuerpo pide para funcionar. Un posible disparador de las ganas de comer desencadenadas por las emociones es el cortisol, el cual se segrega ante situaciones de estrés.
Antojos específicos. Cuando tenemos hambre producido por las emociones, tendemos a anhelar alimentos específicos, la mayoría de las veces reconfortantes o altos en grasas y azúcares. Según un ensayo con estudiantes universitarios compartido por la Revista Caribeña de Ciencias Sociales, quienes sentían hambre emocional elegían consumir comida rápida y chocolate. En cambio, el hambre fisiológico está más relacionado con los nutrientes en general y no con un alimento en particular.
Satisfacción duradera. Al partir de las emociones, el hambre tiende a desaparecer temporalmente después de comer, pero no hay una sensación de plenitud real y duradera. Por otro lado, cuando satisfacemos el hambre físico con una comida equilibrada, nos sentimos satisfechos y energizados por un período prolongado.
¿Es malo el hambre emocional?
La psicóloga dijo que es esencial comprender que, en sí mismo, el hambre emocional no es malo. En ocasiones, todos sentimos esta clase de hambre, por ejemplo, en una reunión social sirve como una manera de expresar nuestras emociones y compartir momentos especiales con los demás. El problema surge cuando se convierte en un mecanismo de afrontamiento poco saludable.
La comida de manera excesiva o descontrolada para tranquilizar emociones, genera malestar a largo plazo en todos los niveles. Los atracones o las compulsiones pueden provocar sentimientos de culpa, vergüenza, frustración y arrepentimiento, perjudicando la autoestima y el bienestar emocional.
Además, comer como respuesta a los sentimientos negativos es uno de los factores que explican el aumento de peso y la obesidad, lo que, a su vez, incide en la aparición de la depresión, según un artículo en Current Diabetes Reports.
El objetivo no es eliminar por completo el hambre nacido de las emociones, sino aprender a llevarlo de forma saludable. La clave está en desarrollar una relación equilibrada con la comida y encontrar alternativas que satisfagan las necesidades emocionales.
Fuente: TN


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