El impacto de la emigración en los vínculos familiares: de las crisis emocional a la madurez forzada

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Las razones son variadas. Las personas emigran en búsqueda de una mayor estabilidad económica, por deseos de progreso, en búsqueda de seguridad o por situaciones traumáticas.

En la Argentina, entre septiembre de 2020 y junio de 2021, casi 60.000 personas emigraron. Hay expertos que señalan que el número de emigrantes podría ser mayor, ya que no todos los que planean irse de forma definitiva lo reconocen en sus documentos de viaje.

“Las expectativas están puestas en vivencias asociadas a experiencias positivas y la concreción de sueños, con la confianza depositada en sociedades estables en las que se pueda progresar por los méritos, con reglas claras. No ignoran los numerosos renunciamientos que les esperan, aun así los sostiene la esperanza”, resume Estela Kucan (UBA - Registro 9717), especialista en educación, psicología clínica y psicogenealogía.

Entre fines del siglo XIX y principios del XX, los europeos venían al continente americano con la fantasía de “hacer la América”. Hoy el sentido está invertido: los jóvenes emigran al primer mundo con una fantasía equivalente. ¿Cómo impacta en los padres?

Apoyarlos y acompañarlos trae una mezcla de sensaciones, emociones y sentimientos. Los padres colaboran con los trámites migratorios, pasajes, papeleo, mudanza, distribución de objetos que quedarán guardados hasta que vuelvan a buscarlos o se decida qué hacer con ellos.

Si la migración es un proceso progresivo, será un paso en la madurez de los hijos, y un disparador de cambios en toda la estructura familiar.

También llegan las incertidumbres personales: “¿Cómo será en adelante nuestra vida, la mía?”. En este punto las personas pueden encontrarse con un vacío. La situación nunca se planificó así para los hijos. Afloran miedos desconocidos, “¿cómo les irá?, ¿se adaptaran?, ¿extrañaran?”, son los planteos que escucha la profesional en su consulta.

Las crisis de los padres cuando los hijos emigran
“Sobreviene para los que se quedan dos crisis, una psicológica con la consabida depresión y otra existencial en la que se corre el riesgo de perder el sentido de la vida, en especial los padres y madres que están solos, que se dedicaban a la familia y por su edad no trabajan o no cuentan con medios para viajar con frecuencia a visitar a sus hijos jóvenes o mayores con niños pequeños o sea los nietos que pasan a ser un tema especial”, remarca Kucan.

“En cada encuentro conviven la alegría y la tristeza cuando se constata el paso del tiempo y se descubre lo que se pierde en la distancia. La ansiedad, preocupación constante por el futuro, es un síntoma frecuente, así como la angustia”, reconoce la experta que trabaja sobre aprendizaje de la autonomía, con el propósito de reflexionar sobre el proceso de desapego, la doble autonomía y la aceptación.

“Hay que renovar el proyecto de vida lejos de los hijos. Explorar y descubrir nuevos recursos que posibiliten tener una vida de disfrute y calidad. Además, es clave formar redes de contención”, propone la especialista en psicogenealogía.

Este es el momento de iniciar una nueva etapa de reencuentro con el tiempo propio y los proyectos personales. Tecnología mediante, es fundamental buscar nuevas maneras de comunicación. Hoy hay audios, videos y mensajes que favorecen una comunicación más fluida.

“Hay que descubrir nuestras potencialidades para re-significar el nuevo modo de funcionamiento familiar y personal”, concluye Kucan, pero antes comparte esta frase de Johann von Goethe: “Dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos, raíces y alas”.

Fuente: TN

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