¿Qué tienen que ver las emociones con nuestra forma de comer?

ALIMENTACIÓN Y SALUD Ana COHEN
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La relación personal con los alimentos está condicionada por las emociones desde los primeros momentos de vida.

Al mamar, el bebé recibe alimento, placer y amor. Los afectos hacen que comer no resulte un acto mecánico y aburrido, sino una experiencia gozosa que nos colma en muchos sentidos.

Pero si se viven conflictos emocionales, estos pueden trasladarse peligrosamente a la comida. Una carencia afectiva puede compensarse con un consumo excesivo de comida o puede estar en el origen de un rechazo patológico a ciertos alimentos.

Actualmente está creciendo la incidencia de la obesidad, la anorexia y la bulimia. Son problemas graves y sería un error olvidar su componente emocional, siempre presente.

Es frecuente describir un estado de ánimo con una expresión relacionada con la alimentación, como: no me lo puedo tragar, se me revuelve el estómago, tengo mariposas en la barriga...

En cambio, ante un problema con la comida es menos común reflexionar sobre cuál es el estado de ánimo que provoca el hambre o la inapetencia y qué deseos o decepciones pueden ocultarse tras los impulsos de ingerir o rechazar determinado alimento

¿HABLAR O TRAGAR? SENTIMIENTOS OCULTOS TRAS CONFLICTOS CON LA ALIMENTACIÓN
No es fácil comprender las causas emocionales, porque las dificultades con la alimentación expresan sentimientos que no nos atrevemos a nombrar.

Desamor, abandono, culpa, rabia, celos o tristeza son algunos de los sentimientos que pueden expresarse a través de los conflictos con la alimentación.

En cambio, comer de manera descontrolada sirve en general para aliviar una angustia que puede tener su origen en conflictos emocionales de cualquier tipo.

Como afirma la psicóloga Isabel Menéndez en su libro Alimentación emocional: "Las luchas internas son acalladas con frecuencia a base de llenarnos la boca de comida para no pronunciar palabras cuya carga emocional puede asustarnos; palabras que se refieren a cosas que no nos permitimos sentir".

Cuando se sufre emocionalmente, cuando la realidad y los sueños parecen contradecirse y hay más tristezas que alegrías, es mucho más factible dejar de disfrutar de la comida y que esta se convierta en un problema.

Reconocer las causas emocionales que llevan a comer en exceso, hasta poner en peligro la salud, es el primer paso para dejar de hacerlo. Entre ellas destacan:

Miedo a crecer. Los excesos en la comida pueden explicarse por el deseo de mantener el vínculo afectivo con la madre y la familia protectoras. Se asocia inconscientemente la abundancia de alimentos con la cercanía de los padres y se puede comer más de la cuenta cuando hay que enfrentarse a decisiones complicadas.
Rechazo a la sexualidad. En el caso de las mujeres, puede ocurrir que el miedo a ser deseada —porque se tiene un mal concepto de la vida en pareja o de las relaciones sexuales o para blindarse ante los desengaños— se evite a base de engordar.
Agresividad. Devorar alimentos es una forma de comportamiento agresivo socialmente aceptada. Es una forma de "tragarse la rabia", de manera que la agresividad se encauza contra uno mismo porque no se puede aceptar el dirigirla contra la persona con la que se tiene o se ha tenido un vínculo de afecto.
Dificultades afectivas. Cualquier estado de desbordamiento emocional o dificultad para realizar los deseos provoca una ansiedad que puede apaciguarse ingiriendo alimentos. El origen de la ansiedad se encuentra a menudo en una baja autoestima o un exceso de estrés.

Muchas personas que entablan una relación autodestructiva con la comida reproducen consigo mismas los comportamientos equivocados que tuvieron sus padres, que quizá les hicieron sentirse desamparadas o culpables. La solución requiere reconocer el conflicto personal y si es posible expresarlo con palabras.

Al comprender el origen de las conductas alimentarias perjudiciales se puede recomponer el mundo interior y a partir de ahí relacionarse con los alimentos de una forma más constructiva.

BUSCAR CONSUELO EN LOS ALIMENTOS
Conocerse mejor a uno mismo es el reto. Las preferencias y costumbres alimentarias son decididas por una parte de uno mismo que se esconde. Por eso resulta tan difícil cambiar de hábitos.

Es frecuente comportarse de forma contraria a como a uno le gustaría o incluso entablar relaciones con un componente destructivo.

Algunos alimentos encierran un valor especial porque están asociados a placeres que en el pasado nutrieron la autoestima. Un alimento y su aroma pueden estar asociados a alguien que nos trataba con cariño, como el arroz con leche que preparaba la abuela.

Por eso los buscamos cuando nos encontramos decaídos. Es como si ese alimento tuviera el poder de resolver los problemas, de la misma manera que cuando éramos pequeños los solucionaban nuestros familiares.

Cuando, ya adultos, hay que enfrentarse a dificultades y la persona no se cree capaz de superarlas, puede optar por refugiarse en la calma y el placer seguro que proceden de la boca.

Pero comer demasiado puede producir un exceso de peso que lleve a sentirse a disgusto —puesto que es fácil valorarse en función del aspecto físico, en vez de incondicionalmente— y a continuación rechazar la comida.

Este ciclo contradictorio conduce en los casos extremos a la anorexia y la bulimia, pero también al ayuno o la dieta ligera seguidos del atracón. Este es solo un ejemplo de las complejas redes de emociones que se tejen en la mesa.

¿DÓNDE COMIENZA EL PROBLEMA ALIMENTARIO?
Los comportamientos alimentarios anormales en los adultos que se manifiestan como una adicción pueden hundir sus raíces en los primeros meses de vida.

La madre da al bebé alimento y a la vez le transmite amor, ternura y tranquilidad en diversa medida. En esa etapa la boca es un foco de placer íntimamente ligado al bienestar emocional.

CÓMO DEJAR DE COMER CON ANSIEDAD
Lo deseable es que el acto de comer esté vinculado siempre con emociones positivas. Un modo de favorecerlas es establecer una conexión natural con las necesidades del organismo.

Cada vez que nos sentemos a la mesa deberíamos hacerlo movidos por la alegría y la curiosidad. En los momentos dedicados a comer realizamos un paréntesis en la actividad diaria y retomamos el contacto con necesidades y sensaciones primarias y reconfortantes, como saciar el hambre o dejarse invadir por sabores y aromas, unos nuevos, otros conocidos y siempre placenteros.

Concentrarse en las sensaciones y permitir que afloren recuerdos o imágenes permitirá disfrutar a conciencia, profundamente, del comer. El pan tostado puede llevarnos hasta los momentos más dulces de la infancia. Una piña nos acerca a una isla tropical, aunque nunca la hayamos pisado. Disfrutar de todo ello en compañía, deleitándose con el placer propio y ajeno, forma parte de las pequeñas cosas que dan sentido a la vida.

Hay que relajarse, eliminar la ansiedad y atender los mensajes que envía el cuerpo. Comer cuando lo pide y los alimentos que resultan atractivos, pero vigilando que no se esté bajo el efecto de ninguna compulsión.

Si no se puede evitar comer bajo los efectos de la ansiedad, conviene buscar ayuda psicológica y elegir un profesional que sea capaz de escuchar y buscar las causas profundas del conflicto emocional. La homeopatía y la medicina china, con su enfoque global, también pueden suponer una buena ayuda.

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