Por qué la pandemia representa un caldo de cultivo para los trastornos alimenticios

ALIMENTACIÓN Y SALUD Julia VOSCO
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Las camas en los hospitales están llenas. La lista de espera es larga. Y los adolescentes y adultos que buscan ayuda para trastornos alimenticios, a menudo, tardan meses para obtener un turno.

La pandemia de coronavirus ha sido un caldo de cultivo para los trastornos alimenticios, lo que provocó un aumento de casos nuevos y recaídas, advierten los especialistas. “Estamos viendo incrementos enormes”, afirmó Jennifer Wildes, profesora asociada de psiquiatría y directora de un programa de trastornos alimentarios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chicago. Algunos pacientes esperan de cuatro a cinco meses para recibir tratamiento, como psicoterapia y, a veces, medicación. Las esperas, por lo general, duraban solo unas pocas semanas antes de la pandemia, dijo Wildes, cuyo programa está tratando a unos 100 pacientes, casi el doble comparado con antes de la crisis mundial de salud.

El Programa Emily, afiliado a la Universidad de Minnesota, está viendo lo mismo. Las llamadas diarias de personas que buscan tratamiento se han duplicado, de aproximadamente 60 en 2019 a 130 desde que comenzó la pandemia, precisó la dietista Jillian Lampert, estratega del programa.

“Sabemos que la ansiedad y el aislamiento suelen ser componentes muy importantes de los trastornos alimentarios”, apuntó.

Algunos pacientes se sienten fuera de control debido a la pandemia y recurren a los atracones como mecanismo de supervivencia, explica Lampert. Otros han llevado el mensaje al otro extremo con dietas hasta el punto de la anorexia.

Los trastornos alimenticios afectan a un 9% de las personas en todo el mundo. Los padecerán casi 30 millones de estadounidenses a lo largo de su vida y causan unas 10.000 muertes en Estados Unidos cada año, según la Asociación Nacional de Anorexia Nerviosa y Trastornos Asociados.

La anorexia, uno de los trastornos alimenticios más comunes, generalmente implica hábitos restrictivos de la alimentación y delgadez extrema. Puede causar presión arterial anormalmente baja y daño a los órganos.

La bulimia implica ingerir grandes cantidades de alimento para, luego de comer, provocarse vómitos. Algunos pacientes también consumen laxantes.

Un análisis de registros médicos de unos 80 hospitales en Estados Unidos encontró un aumento del 30% a partir de marzo de 2020, en comparación con los datos de los dos años anteriores. Hubo 1.718 admisiones de niñas de 12 a 18 años hasta febrero, pero no hubo incremento entre los niños.

Muchos meses después de la declaración de la pandemia de COVID-19, las consecuencias de la salud mental se han vuelto claras. Los investigadores han documentado aumentos de la ansiedad y depresión derivado del estrés, el dolor, el aislamiento y el daño económico provocados por el nuevo coronavirus. Una nueva investigación de científicos de la Universidad de Florencia apunta hacia otra área de preocupación: los bloqueos diseñados para ralentizar la propagación del virus pueden provocar una recaída entre los pacientes en tratamiento para la anorexia y la bulimia.

Los eventos traumáticos impactan en la salud mental de las personas. El miedo al contagio y a la muerte de miembros de la familia ha creado una gran incertidumbre. El aislamiento trae ansiedad, tristeza, ira y soledad. El distanciamiento social y la cuarentena van en contra de la naturaleza humana. Es probable que los efectos emocionales negativos de la cuarentena se acentúen en muchos pacientes de anorexia nerviosa que ya están aislados tanto emocional como físicamente. La función interpersonal empobrecida será más difícil de manejar cuando existe un distanciamiento social severo. Estas preocupaciones no solo se aplican a las personas con trastornos alimentarios. Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, ha dicho que “la gente está luchando con las emociones tanto como con la economía”.

Las personas con un trastorno alimenticio tienen una relación compleja y problemática con los alimentos, que se ve reforzada en este momento de inseguridad. Datos de pacientes que padecen MERS, SARS, influenza y ébola fueron inequívocos en las poblaciones de alto riesgo (tanto los proveedores de atención médica como los pacientes) al revelar una relación entre los síntomas neuropsiquiátricos experimentados y el brote en cuestión. Existen similitudes entre estos brotes pasados y la pandemia de COVID-19 en que tales brotes resultaron en una sensación cada vez mayor de aprensión y miedo, así como sentimientos elevados de ansiedad y pánico y síntomas asociados con el trastorno de estrés postraumático. Lo que parece ser aún más preocupante es que ahora hay evidencia que sugiere que estas secuelas cognitivas y psiquiátricas adversas pueden tener efectos duraderos en las personas en riesgo.

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