Los enigmas del coronavirus: lo que la ciencia y la tecnología todavía no saben

Quedan numerosos aspectos desconocidos sobre sus causas, evolución y efectos. Los desafíos que se plantean los expertos.

SALUD Ana COHEN
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Es mucho lo que ya se sabe, pero mucho también lo que queda por descubrir. El objetivo principal es el desarrollo de una vacuna, y varias “candidatas” ya superaron las pruebas preclínicas en animales y pasaron a los ensayos clínicos de seguridad y eficacia en humanos.

Pero es la investigación la que deja también constancia de las experiencias anteriores en el desarrollo de vacunas contra otros virus (como el SARS-CoV o el MERS-CoV, muy similares al SARS-CoV-2). Son antecedentes que revelaron los potenciales efectos dañinos no deseados en el sistema inmune, por lo que son necesarias pruebas concluyentes y exhaustivas antes del lanzamiento de una vacuna global.

Cincuenta investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, revisaron la literatura científica que se generó durante la pandemia para radiografiar las evidencias que ya se demostraron y las principales líneas de investigación que se siguen para combatir y frenar esta crisis.

Entre certezas y desafíos
Certeza: como ocurre con otros coronavirus humanos, los reservorios de este virus son los murciélagos y de estos mamíferos saltó a un animal “intermediario” (todo apunta al pangolín) para llegar luego a la especie humana.

Desafío científico: conocer en profundidad la ecología de las enfermedades infecciosas emergentes, en especial aquellas en las que los animales pueden ser reservorio de virus (vertebrados como los murciélagos) o vectores de su transmisión (los mosquitos).

Entre el cúmulo de evidencias, los científicos confirmaron que no existen alimentos ni complementos alimenticios que prevengan, traten o curen la infección por COVID-19 y que no puede haber en el mercado ningún producto con tales declaraciones.

Otra evidencia es que para la contención de las enfermedades infecciosas y combatir estas crisis son necesarias medidas complementarias no farmacológicas, y entre ellas las nuevas tecnologías (celulares e internet) para generar datos masivos y en tiempo real sobre movilidad, síntomas o rastreo, así como medidas de contención de la epidemia (cuarentena, distancia social o uso de barbijos).

El reto, en este caso tecnológico y legal, es que la cesión voluntaria de los datos personales por parte de los ciudadanos se ajuste siempre a las estrictas normas de protección, que se asegure el anonimato de toda la información y que se minimicen los errores y los sesgos en los datos.

Tras las incertidumbres de los primeros meses, hoy se conoce dónde y cómo se transmite el virus, lo que según los científicos permite diseñar actuaciones de contención sin necesidad de tomar decisiones drásticas como el aislamiento global. Se sabe además que el pronóstico es mucho peor en hombres que en mujeres y que la epidemia en España no fue causada por un “paciente 0” sino que hubo un gran intercambio de casos con países del entorno.

Evidencia científica es también que los chicos tienen por lo general infecciones menos graves que los adultos y en un alto porcentaje son asintomáticos, aunque el riesgo cero no existe. También se sabe que se registraron ya casos con graves consecuencias, pero no hay consenso sobre la capacidad de infectar que tienen los niños en comparación con los adultos.

Barbijos biodegradables y superficies autolimpiables
La ciencia acreditó la utilidad de los barbijos, tanto de los descartables como los reutilizables, y la importancia de su “ajuste” para evitar fugas que reduzcan su eficiencia.

Y ahora vuelca sus esfuerzos en desarrollar materiales biodegradables que mejoren la capacidad profiláctica de los barbijos, que impidan la entrada del virus e incorporen “viricidas” en los filtros, pero también que contribuyan a evitar que el uso masivo de estos protectores se convierta en un grave problema medioambiental.

La ciencia demostró que la principal fuente de contagio son las gotas y aerosoles que emiten las personas al hablar, toser o respirar y que los virus se pueden adherir a otras partículas procedentes de la contaminación, el polvo en suspensión o el humo del tabaco, pero la literatura científica no es todavía concluyente sobre el tiempo que el virus permanece activo sobre una superficie.

El reto es convertir las superficies que más riesgo tienen en “aliadas” de ésta y de futuras pandemias, y conseguir dotar a esas superficies de propiedades antivíricas y autolimpiables.

La vacuna no es el único objetivo
Desde que comenzó la crisis, se reposicionaron muchos fármacos autorizados para otras indicaciones, lo cual fue una ventaja, ya que muchos de sus aspectos relacionados con su toxicidad o efectos secundarios se conocían con anterioridad (el danoprevir, el remdesivir o la combinación de lopinavir y ritonavir).

Pero la prioridad, constata el informe que ha elaborado el Consejo español, es desarrollar nuevos y eficaces fármacos antivirales y de amplio espectro para combatir el SARS-CoV-2, y a largo plazo disponer de múltiples medicamentos para combatir las cada vez más frecuentes epidemias causadas por los virus que están azotando a la humanidad.

El conocimiento de la enfermedad evolucionó mucho durante los últimos nueve meses y con ello las formas de abordar sus síntomas para prevenir los efectos más graves, y la investigación se vuelca ya en las numerosas secuelas que puede dejar (pulmonares, cardíacas, neurológicas y cognitivas), desde la pérdida de olfato permanente hasta el ictus o la encefalitis.

Conseguir una vacuna es el objetivo principal, y aunque la tecnología ha evolucionado mucho durante las últimas décadas, ese esfuerzo suele ser largo. El desarrollo de una vacuna suele tardar una media de diez años, aunque los plazos se han agilizado y acelerado en este caso debido a la urgencia mundial causada por la pandemia.

Son casi 200 los proyectos que se activaron en el mundo para conseguirlo, aunque muy pocos todavía los que entraron en la Fase 3 (última antes de obtener licencia y comenzar a administrarse); una de las más avanzadas: la que desarrollan la farmacéutica AstraZeneca y la Universidad de Oxford, que pausó los ensayos ante los efectos que sufrió uno de los voluntarios.

Entre las más avanzadas, están las desarrolladas por las farmacéuticas estadounidenses Moderna y Pfizer; las que investigan las compañías chinas CanSino Biologicals, SinoPharm y Sinovac; la de la alemana BioNtech y las de los centros de investigación rusos Vektor y Gamalei.

El consenso científico acredita que las primeras vacunas que lleguen al mercado serán eficaces, pero también que las siguientes generaciones de vacunas serán mejores porque los laboratorios dispondrán ya de más información sobre la respuesta inmune.

Y entre los retos a corto plazo, queda saber si la administración conjunta de la vacuna contra el SARS-CoV-2 y contra la gripe puede reducir su eficacia y conocer cuánto tiempo puede durar la protección.

Fuente: Raúl Casado/EFE

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